Patricia Anastassiadis: inspiración con los cinco sentidos
Patricia Anastassiadis, una de las arquitectas e interioristas de Brasil más renombradas del momento, utiliza su propia historia como principal fuente de inspiración.
El ojo griego colgado sobre el escritorio de Patricia Anastassiadis tiene un valor más allá de su significado místico. De padre griego, madre brasileña y abuelos polacos, esta arquitecta busca en sus orígenes la inspiración para todo lo que hace. “Soy el resultado de un crisol de influencias”, dice. Su madre, abogada de formación, siempre representó su lado creativo: pinta, escribe y trabaja en el ámbito de la moda. Su padre, trabajador de toda la vida en el sector textil, es quien la introdujo en el mundo de la mitología griega.
Desde la arquitectura, Patricia aporta su mirada a una historia familiar caracterizada por la mixtura cultural.
Patricia creció entre las máquinas de la fábrica de su familia. El deseo de dedicarse al estudio de la moda fue algo natural, porque le fascinaban los estampados. En aquella época, como no había escuelas especializadas en Brasil, sus padres pensaron que no era buena idea. La estimularon a seguir otros caminos, siempre relacionados con las artes visuales. “Mi madre me convenció cuando me habló de grandes estilistas como Pierre Cardin y Thierry Mugler, que por ser arquitectos manejaban muy bien las proporciones y la estética”, cuenta Patricia. La arquitectura no era su sueño, pero en seguida ella se convertiría en una entusiasta y de las más dedicadas.
Concluida la universidad, montó un estudio en la terraza de su casa. Su primer proyecto, un restaurante que tenía como chef a Alex Atala, fue un éxito. Resultó una combinación de talento y oportunidad para ambos, que a partir de ese momento fueron favoritos del público. Hoy, el estudio Anastassiadis está instalado en un caserón de la década de 1940 en el barrio de Higienópolis y recibe proyectos de Brasil y del exterior.
Recientemente, se ocupó del hotel Palacio Tangará, ubicado dentro del Parque Burle Marx, cuyos jardines fueron proyectados por el paisajista brasileño. La estructura del hotel ya existía, por eso la atención puesta en ese proyecto fue muy grande: “No podíamos permitir que se convirtiera en una caricatura”, cuenta. La idea fue transformarlo en la mirada de un extranjero sobre Brasil, en vez de retratar el ya conocido “país tropical”.
Con la ciudad de San Pablo de fondo, el Palacio Tangará se encuentra inmerso en el Parque Burle Marx.
El Espartano fue convocado para diseñar las alfombras para este exclusivo hotel y realizar un trabajo personalizado acorde al estilo del proyecto. La historia de Patricia con la empresa argentina viene de un trabajo anterior, el Hilton Barra, en Río de Janeiro. A pesar de no estar en la playa, los encantos cariocas están presentes en cada detalle de ese proyecto. En la alfombra del Ballroom, por ejemplo, reprodujeron de manera muy sutil el diseño de las famosas piedras portuguesas. “Fue una forma de traer algo de las veredas de Río al interior del hotel”, cuenta Patricia. Según ella, el trabajo de El Espartano fue especialmente minucioso para que las líneas fueran continuas y no quedaran entrecortadas.
Su nombre se convirtió en un referente, especialmente en el sector de la hotelería cinco estrellas. “Eso es porque me gusta viajar”, bromea Patricia. En sus últimas vacaciones, visitó Egipto y volvió impactada por la dimensión del lugar. Quedó fascinada con el caos que encontró en El Cairo, particularmente con los edificios inconclusos y los colores en tonos arena. Experiencias como esa nutren su proceso creativo. No solo el paisaje en sí, sino los aromas, las texturas, las comidas… Le gusta tratar de entender el proceso hasta llegar al resultado final. Y en eso, Venecia ocupa un espacio especial en su lista de referencias, debido a la superposición de influencias de los diferentes períodos. Allá, su gran pasión es el Palazzo Fortuny, una casa con arquitectura gótica que perteneció a la familia Pesaro y que en la década de 1970 Mariano Fortuny transformó en un taller de fotografía, diseño, textil y pintura. “Claro que adoro Nueva York, ¿quién no la adora?, pero entender los hechos que fueron ocurriendo a lo largo de los años, a través de las pequeñas cosas, como uno ve en Venecia, es increíble”, dice.
Esa fascinación por la manufactura se refleja a la hora de su búsqueda de proveedores. Le gusta trabajar con artesanos, familias que desde hace varias generaciones se dedican a la actividad en diversos sectores. Precisamente por el valor que le da al trabajo manual, Patricia tiene un especial encanto con la lana. Todo el trabajo necesario para lograr una alfombra -que empieza con la esquila, pasa por el tratamiento y termina con la colocación- es especialmente seductor para ella. “Es muy interesante pensar de dónde viene y en qué se puede transformar”, señala.
Palacio Tangará fue abandonado y permaneció inconcluso por mucho tiempo. Hoy es un hotel con una decoración elegante, acentos contemporáneos y materiales inspirados en la naturaleza.
Con un horizonte tan vasto de proyectos, ideas y referencias, la disciplina de Patricia es fundamental en su trabajo diario. Los más de cincuenta proyectos en carpeta se los atribuye a la madurez, que no la deja perder tiempo. “Alguna ventaja tenía que tener, ¿no?”, dice riendo. También es la organización lo que le permite mantener al día la rutina de lectura, otra de sus grandes pasiones. Apasionada por la filosofía y la antropología, recientemente leyó sobre Wabi-sabi, la filosofía japonesa que plantea que la belleza es el resultado de la imperfección. A esta idea que viene alimentando sus nuevos proyectos, la pone en práctica reconstruyendo piezas desgastadas por el tiempo. Lo que importa es preservar la historia, aunque sea imperfecta. Las próximas generaciones que heredarán ese legado se lo agradecen.
Texto: Juliana N. Passos