Entrevista a Gaspar Libedinsky: “Ni arquitecto, ni artista. Yo soy malabarista.”
Trabaja desde hace años en un terruño creativo en el que confluyen el arte, el diseño y la arquitectura, donde los epígrafes son rechazados de cuajo. Pese a ser fanático de los catálogos, las listas y los muestrarios, le escapa a todo tipo de etiqueta formal, de título que preceda al nombre para demarcar un oficio o profesión. Por ello, puede trabajar y crear libremente en esa frontera en la que otros pierden el rumbo.
Gaspar Libedinsky nació en Buenos Aires en 1976. Luego de cursar los primeros años de la carrera de arquitectura en la Universidad de Buenos Aires, completó sus estudios en la Architectural Association (AA) de Londres, una de las academias más prestigiosas del mundo. Tras trabajar en los estudios de Rem Koolhaas (Rotterdam) y Diller Scofidio & Renfro (Nueva York).
En 2010 ganó la beca Kuitca/Universidad Torcuato Di Tella y conformó su propio taller. A partir de entonces, desde ese espacio, lidera un equipo de trabajo donde el artista y sus colaboradores interactúan bajo una filosofía que rechaza todo tipo de egocentrismo e intenta emular la dinámica creativa del período renacentista.
¿Cómo es tu dinámica de trabajo?
Trabajo con muchos proyectos en simultáneo, apunto mis ideas en unos cuadernitos y voy agrupando el material de mis investigaciones junto a recortes de periódicos según correspondan a cada proyecto. Luego los junto con un broche mariposa y los cuelgo con una tanza a la pared del taller. Puedo tener veinte o treinta conviviendo al mismo tiempo. Cuando el argumento se vuelve demasiado fuerte y a nivel material empieza a dar una respuesta, entonces toma envión por sí solo. Están todos latentes, pero existe un momento en el que uno prevalece sobre el resto.
¿Qué características conlleva el “ser artista”?
Creo que es muy importante la producción de argumentos y que estos sean una bola de nieve que se transformen en una verdad. Reniego de que cualquiera pueda hacer cualquier cosa. Yo me vuelvo el “máximo especialista” de cada cosa que hago. Sólo cuando creo haberme convertido en ese máximo especialista, recién allí empiezo a hacer algo.
¿Cómo surgió la idea de Arquitectura para el Cuerpo?
Hace muchos años que tenía en mi cabeza la imagen de unas pantuflas que surgían del felpudo y dejaban el vacío cuando se iban. Como un felpudo de entrada al hogar, de esos que dicen Welcome (Bienvenido) y que de alguna manera uno identifica con la presencia o ausencia del dueño de la casa. El límite entre lo exterior e interior, lo público y lo privado. En mi obra me interesa mucho ese salto entre la escala urbana y la hiperdoméstica. Cómo uno lleva lo doméstico a lo urbano cuando algo propio de la casa de repente sale a la ciudad y cómo después eso regresa a la casa.
¿Cuál es la materialidad de la obra?
La idea fue utilizar el material blando y suave hacia el lado del pie y utilizar el material resistente y duro hacia el exterior, entendiendo al material en su lógica más primitiva. Luego buscamos que la proporción dorada que genera la pantufla perfecta hiciese que la experiencia fuese aún más larga y, que finalmente, esas pantuflas se transformaran en pájaros. Entonces, cuando sobre el felpudo queda el vacío, lo que uno ve son estos pájaros que se fueron volando, casi de unas pantuflas aladas. Esta connotación de una pantufla fabricada con 100% de lana virgen, podés pararte sobre ellas y experimentar un placer absoluto.
¿Por qué las pantuflas se vuelven arquitectura?
Porque la primera operación es tratar de cobijar, de generar un espacio mínimo para envolver parte del pie. Eso lo convierte de antemano en arquitectura. Al mismo tiempo, la experiencia de caminar sobre alfombra permite extender la experiencia a lo largo de toda la casa, llevando la obra en los pies. Sería entender la arquitectura como una máquina de efectos especiales que genera placer al caminar.
¿Cómo ves la intervención en el espacio público y su apropiación por parte de las disciplinas artísticas y la arquitectura?
En mi obra busco operar en el espacio público y privado mediando entre la escala urbana y la intimidad del cuerpo. La principal política de Estado es la generación de comunidad, la generación de un tejido social. La arquitectura como disciplina está en peligro de extinción, caminamos nuestras ciudades mirando una pantalla de tres pulgadas y es ahí cuando el contexto y nuestro entorno son cada vez más irrelevantes. Allí es justamente donde la creación del espacio público cobra un lugar primordial como instrumento para generar ese tejido. Este espacio público debe ser igual de deseable y hedonista, con la misma fantasía que aquellos mecanismos de comunidades virtuales a las que somos tan adictos. Resulta necesario apropiarnos de los espacios y ser responsables no sólo de su disfrute sino también de su cuidado. La idea es observar los fenómenos sociales y resignificarlos permanentemente. Yo soy un explorador de las ciudades y de las cosas.