Entrevista a Leandro Dominguez: insurgente de la moda

Hace un par de años, Leandro Domínguez comenzó a darle curso a un arte que se aleja de su formación académica y su trayectoria: la cerámica. Conceptualmente, es el reflejo de los intereses genuinos que lo motivan desde siempre en su trabajo: indagar en torno al hacer. Leandro Domínguez no está enojado con la moda, sino que la sigue sintiendo como el motor que lo estimula a hacer nuevas cosas. Transparente, exigente y rebelde con su propio oficio, reparte hoy sus días entre sus responsabilidades como Director Creativo en una empresa textil y su taller en el barrio de Saavedra. Para él, el diseño no es sólo una herramienta de expresión y producción, sino fundador de una vida sustentable. Su carpeta Arashi es resultado de la inspiración en sus viajes por Asia y remite a la tradicional técnica de teñido japonesa, el shibori.

En su taller en el barrio de Saavedra, Leandro Domínguez se entrega a su nueva pasión, la cerámica.

Realizaste un interesante recorrido profesional a lo largo de los años. ¿Cómo iniciaste ese camino?

Mi formación fue principalmente textil. Me inscribí para hacer la carrera textil pero en primer año cambié a indumentaria, porque era donde pasaban la mayoría de las cosas en ese momento. Paradójicamente, mi primer trabajo en el mercado fue en el área textil. Trabajé largo tiempo para diferentes marcas hasta que en 2002 fundé mi propia marca, Leandro Domínguez. Mi principal negocio era armar colecciones que no sólo se vendían en la tienda sino que llegaban a clientes en el interior del país. La marca estuvo doce años en el mercado hasta 2015, cuando empecé a tener otras inquitudes y sentí la necesidad de encontrar otras fuentes de inspiración. La cerámica había comenzado como un hobby diez años atrás, porque la moda está buenísima pero a la vez es una especie de medusa que te fagocita y te fuerza a la lógica del mercado donde “hay que hacer dos colecciones al año”. Me vi preso de situaciones repetitivas que no quería, a pesar de que a la marca le iba bien. Cerrarla fue una decisión bastante valiente en ese sentido.

¿Cómo surgió la idea de pasar de diseñar textiles a diseñar objetos bajo tu marca Criollo? ¿Es un antes y un después o hay reflejos de una etapa en la otra?

El textil y la cerámica son dos elementos que están ligados a la primera necesidad del ser humano. La moda puede parecer superficial o efímera, pero el textil es un elemento primario, forma parte de los lugares donde vivimos al igual que la cerámica. No existe persona que no se cubra, o que no utilice un contenedor para comer o beber. Criollo es una línea de utilitarios de cocina cuyo espíritu es una continuidad de lo que vengo trabajando, pero en otro soporte. Quiero que represente lo que me interesa de las cosas. Mi objetivo de algún modo es mezclar textil y cerámica.

La técnica artesanal del shibori genera motivos imprevisibles, con resultados siempre diferentes.

¿Qué define tus procesos de trabajo?

Trabajo mucho con lo que me pasa en el momento y funciono de una manera que siento muy local: siempre trabajo con lo que tengo disponible y no con lo que querría tener. Es un mecanismo que aprendí en el oficio.

¿En qué lugar de tu recorrido profesional ubicás a Arashi y qué representó para vos como profesional del diseño?

Fue darme cuenta del alcance del trabajo propio. Arashi tiene una inspiración japonesa porque justo ese año en mis viajes a China aproveché para hacer algunos workshops cerámicos. El año que me encontré con la propuesta de El Espartano había estado en Jingdezhen, la capital de la porcelana china, con un sensei haciendo un workshop de cerámica en la montaña donde me conecté con el shibori, una técnica japonesa de anudados y teñidos con índigo. Entonces quise vincular eso que estaba transitando con el proyecto para la carpeta. Por sobre esa estampa se superponen líneas que dibujan una rama dibujada por mí -siempre incluyo algo muy vinculado a lo natural. Adicionalmente, representó en mi carrera la posibilidad de participar del diseño de la alfombra del auditorio del MNBA. Cuando se terminó ese trabajo dimensioné la importancia que había tenido. Por un lado, fue la posibilidad de participar en un proyecto con otros colegas. La alfombra era una parte textil en la que nunca había indagado pero, a la vez, era inherente a mi formación. Fue una marca en mi trabajo personal, un hito en mi carrera. Me ayudó a tomar dimensión de lo que verdaderamente me interesaba y la posibilidad de repreguntarme cosas que tenía automatizadas.

La carpeta pertenece a la línea Alexa, tejida en 2 alturas, con hilados de pura lana.

¿Qué es una alfombra para Leandro Domínguez?

Es una posibilidad de alejarme del frío del piso, un momento de descanso, de intimidad, de calor, de relax. Como cuando querés estar junto a un cuerpo. No hay nada más lindo que caminar descalzo sobre un césped o sobre una alfombra.

Hablaste bastante de la importancia que le das a las instancias primarias que representan tus proyectos. ¿Cómo serías vos en una instancia primaria?

Descalzo, con ropa cómoda y rodeado de telas.


Leandro Domínguez es Diseñador de Indumentaria por la Universidad de Buenos Aires y comenzó su carrera profesional en empresas del sector textil, desarrollando telas en industrias brasileras, europeas y asiáticas. Pasa su tiempo entre Buenos Aires y diversas ciudades de Europa y Asia. Resultado de esos viajes es el descubrimiento de múltiples lenguajes e imágenes que luego se ven plasmados en sus colecciones. Desde hace algunos años, la alfarería le permite aplicar su método y su estilo a otro registro de objetos que hoy forman parte de una colección personal. Su trayectoria lo sitúa como uno de los protagonistas de la tendencia a la profesionalización en la moda argentina. En 2011 fue seleccionado para integrar el libro “Moda. Nuevo diseño argentino” que reúne la producción de los cien jóvenes diseñadores de moda más creativos. En 2003 funda junto a Leonardo Barraud la marca que llevaría su nombre.